Es una discusión que
se dio mil veces, y una más. El superclásico del sábado en Mar del Plata fue
simplemente otro ejemplo. ¿Los jugadores generan violencia desde adentro de la
cancha? ¿Dos hinchas se van a pelear en la tribuna porque dos tipos se pelearon
en el campo de juego? Mejor apuntemos el debate a donde corresponde: ¿por qué
miramos a los deportistas como algo más que eso?
Pasó lo que pasó el
fin de semana y se llenan páginas y redes sociales de indignación y rechazo.
Como si nunca nadie jamás en la vida se ha peleado jugando al fútbol. ¿Tan
terrible es que jugadores de equipos rivales se golpeen? La explicación que más
se ve es que eso genera violencia. Si un joven de 14 años se agarra a piñas
porque vio por tele al 10 de su equipo hacerlo, la culpa no es del 10. Es del
padre del chico. Tenemos que dejar de creer que los deportistas,
particularmente los futbolistas, son algo más que eso. Viven, les pagan y se
entrenan para jugar, en este caso, al fútbol. Y punto. Todo lo demás es un
invento de los medios y del hincha (y muchas veces el jugador lo impulsa si le
conviene mediáticamente, claro).
Empecemos a
“idolatrar” solamente los domingos por la tarde y no de lunes a lunes, de sol a
sol. Cuando termina el partido, la conferencia de prensa y vuelve el micro a la
concentración, los jugadores vuelven a ser personas comunes, con sus problemas
personales, sus locuras y sus estupideces. Pueden y deben hacer lo que se les
cante, respetando sí ese abstracto que es la imagen del club que los contrata,
tal vez, y nada más. Distinto es el tema de los gestos a la tribuna rival, que
también los hay, eso puede ponerse en tela de juicio y ahí alguno retrucará con
que los jugadores son insultados permanentemente durante el partido. Esa
discusión es otra y para otro momento. Acá la idea es puntualizar en las
agresiones equipo contra equipo.
¿Se agarraron a piñas?
Fenómeno, que se apliquen la sanción que y tema cerrado. Eso acá es utópico
también, porque en la era del reality es impensado que medios y público toleren
que todo quede en la cancha, como podía pasar quizás en otra época. Todos
esperamos que los mejores rounds de la pelea sean afuera de la misma, no a las
piñas sino con los micrófonos. El ideal parece ser que adentro de la cancha
sean todos prolijitos y se destrocen afuera cuando hablan con la prensa. Y el
que tire la chicana más divertida o la acusación más fuerte, es el ganador.
¡Hasta parece sano que vuelen un par de piñas!
Los nenes copian, es
cierto. Ahora, habría que preguntarse si están copiando a Tevez y Maidana o si
la imitación es al padre, cuando juega debajo de la autopista con los
compañeros de trabajo. Porque, es sabido, el que dice que nunca participó o vio
una pelea en un fútbol 5 híper informal y amateur, miente. Si se pelean dos
oficinistas que apostaron cuatro gaseosas y juegan para divertirse, ¿cómo no se
van a pasar de rosca esos que “apuestan” muchísimo más, tienen la presión de
cientos de miles y están en el ojo de todos los medios? Es absurda esa lógica de
que “deben comportarse”. Alguno puede responder con los sueldos de los
jugadores, con la responsabilidad: repito, idolatremos los domingos a la tarde
y punto. Los futbolistas, salvo excepciones, están de paso en los clubes. Y no
es su rol el de educar.
Hoy en día, por la
dinámica que tiene el fútbol moderno, con Argentina exportando permanentemente
y clubes europeos de ligas de hasta segundo o tercer nivel (y se podría sumar
México, EEUU y China a la lista) comprando a los mejores, a los buenos y a los
más o menos, cualquier jugador que debuta está a unos 15 partidos buenos de ser
millonario y “estrella”. Ya no se espera que jueguen bien un par de años para
dar el salto, los vienen a buscar bien de pichones. Ese mismo apuro es el que
hace que por un pase gol el jugador sea tapa de todos los diarios. Y también va
a ser tapa cuando no concrete las expectativas y todos los tilden de fracasado.
Medios e hinchas endiosamos y matamos al mismo jugador con semanas de
diferencia. Y con toda esa anormalidad absoluta, también pretendemos que sean
ejemplos de buenas costumbres. Ojo, eso sí: que sea buen tipo, ¡pero que a ese
hijo de puta no se le ocurra perder el domingo!